James
Comey no se muerde la lengua sobre Donald Trump
Por MICHIKO KAKUTANI
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James Comey testificó
ante la comisión de inteligencia de la Cámara de Representantes en marzo de
2017 y fue despedido por Donald Trump el 9 de mayo. Credit Mark Peterson/Redux
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El exdirector del FBI James
B. Comey se estrena como escritor con A Higher Loyalty, un libro cautivador en
el que define a la presidencia de Donald Trump como un “incendio forestal” que
le está causando graves daños a las normas y las tradiciones de Estados Unidos.
“Este presidente tiene poca
ética y no se apega a la verdad ni a los valores institucionales”, escribe
Comey.
“Su liderazgo es transaccional, motivado por el ego y la lealtad personal”.
Décadas antes de dirigir la
investigación del FBI sobre si existió colusión de los miembros de la campaña
de Trump con Rusia para influir en la elección de 2016, Comey era un fiscal que
ayudó a desmantelar a la familia Gambino y, en este libro, no duda en hacer una
analogía directa entre los jefes de la mafia a los que ayudó a encarcelar y el
hombre que actualmente ocupa el Despacho Oval.
Una reunión que se celebró
en febrero de 2017 en la Casa Blanca con el presidente Donald Trump y el jefe
del personal de aquel momento, Reince Priebus, hizo que Comey recordara sus
días como fiscal federal, cuando se enfrentaba a la delincuencia:
“El
silencioso círculo del consentimiento.
El jefe en absoluto control.
Los
juramentos de lealtad.
La visión de ‘ellos contra nosotros’.
Las mentiras,
grandes y pequeñas, para todo, al servicio de un código de lealtad que pone a
la organización por encima de la moral y la verdad”.
Comey también cuenta que en
una visita previa, en la Torre Trump en enero de ese año, lo hizo pensar en los
clubes de la mafia neoyorquina que conoció cuando era fiscal de Manhattan en
los años ochenta y noventa: “Ravenite. Palma Boys. Café Giardino”.
Los principales temas que
Comey repasa a lo largo de este apasionado libro son las consecuencias tóxicas
de la mentira y los efectos corrosivos de preferir la lealtad a un individuo a
la verdad y el Estado de derecho.
La deshonestidad, escribe, era central “para
toda la delincuencia organizada en ambos lados del Atlántico”, lo mismo que el
acoso, la presión de los pares y el pensamiento grupal, que son características
repugnantes que comparten Trump y compañía, sugiere, y que ahora infectan la
cultura estadounidense.
“Estamos experimentando una
época peligrosa en nuestro país”, escribe Comey, “con un entorno político en el
que los hechos básicos se debaten, la verdad fundamental es puesta en
entredicho, mentir se ha normalizado y el comportamiento poco ético se ignora,
disculpa o recompensa”.
A Higher Loyalty es la
primera gran autobiografía de un actor clave del alarmante melodrama que es el
gobierno de Trump.
Comey, quien fue despedido de manera abrupta por el
presidente estadounidense el 9 de mayo de 2017, trabajó en tres gobiernos, y su
libro subraya cuán alejado de las normas presidenciales ha sido el
comportamiento de Trump, lo mucho que ignora sus responsabilidades básicas como
presidente y la disposición con la que ha desdeñado los pesos y contrapesos que
salvaguardan la democracia, incluyendo la independencia básica del poder
judicial y la procuración de justicia.
El libro de Comey complementa su
testimonio ante el Comité de Inteligencia del Senado en junio de 2017, al
ahondar en las emociones que percibió, y resalta sus dotes de narrador, una
habilidad que claramente perfeccionó durante sus días como fiscal de Estados
Unidos para el Distrito Sur de Nueva York.
Al
comparar los antecedentes de los dos hombres, al igual que sus reputaciones –e
incluso sus respectivos libros– es difícil imaginar a dos polos más opuestos
que a Trump y Comey.
El volumen revela pocos
datos duros sobre investigaciones del FBI o del fiscal especial Robert Mueller
(lo cual no es de sorprender, ya que dichas investigaciones están en curso e
incluyen material clasificado), y carece de un análisis jurídico riguroso como
el que hizo Jack Goldsmith en su libro de 2007, The Terror Presidency, en el
que fue tan incisivo sobre las dinámicas en el gobierno de George W. Bush.
Lo que A Higher Loyalty sí
ofrece a los lectores son recuentos casi cinematográficos de lo que Comey pensó
cuando, como ha dicho anteriormente, Trump le exigió lealtad durante una cena
privada en la Casa Blanca, así como cuando el presidente lo presionó para que
desestimara la investigación sobre el exasesor de seguridad nacional de la Casa
Blanca Michael Flynn y cuando el mandatario le preguntó qué podía hacer para
“levantar la nube” de la investigación rusa.
Estas páginas incluyen
algunas explicaciones metódicas del razonamiento detrás de las decisiones
trascendentales que Comey tomó en relación con los correos electrónicos de
Hillary Clinton durante la campaña de 2016, explicaciones que dan fe de sus
esfuerzos apartidistas y bien intencionados para proteger la independencia del
FBI, pero que dejarán por lo menos a algunos lectores cuestionando ciertas
decisiones que tomó, como la diferencia en la forma en que manejó la
investigación de la agencia sobre Clinton (que hizo pública) y en la manera en
que llevó la investigación sobre la campaña de Trump (que se manejó con el
secretismo tradicional del FBI).
Este libro también describe
sus impresiones sobre personajes clave de tres gobiernos presidenciales. Comey
pinta un retrato mordaz de David Addington, asesor jurídico del
exvicepresidente Dick Cheney, el principal de los defensores de la línea dura
en la Casa Blanca de George W. Bush; Comey describe su punto de vista así:
“La
guerra contra el terrorismo justificó flexibilizar, que no violar, las leyes
escritas”.
Describe a Condoleezza Rice, asesora de seguridad nacional y después
secretaria de Estado de Bush, como carente de interés en sostener un debate a
profundidad sobre las políticas de los interrogatorios y la cuestión de la
tortura.
Reprende a Loretta Lynch, procuradora general de Barack Obama, por
pedirle que hiciera referencia al caso de los correos electrónicos de Clinton
como un “asunto” y no como una “investigación” (Comey hace notar con aspereza
que “el FBI no se dedica a ‘asuntos’”).
Asimismo, compara a Jeff Sessions,
fiscal general de Trump, con Alberto R. Gonzales, quien ocupó el mismo cargo
durante el gobierno de Bush, diciendo que ambos estaban “abrumados y superados
por el puesto”, aunque destaca que “Sessions carece de la bondad que Gonzales
irradiaba”.
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Comey, quien era un
procurador federal antes de dirigir el FBI, lamenta en su nuevo libro la manera
en la que la deshonestidad ha "infectado nuestra cultura". Credit
Stephen Voss/Redux
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Comey es lo que Saul Bellow
llamó un “observador de primera clase”.
Por ejemplo, observa “las suaves bolsas
blancas bajo” los “inexpresivos ojos azules” de Trump; menciona con timidez que
las manos del presidente son más pequeñas que las suyas, pero que “no parecían
inusualmente pequeñas”, y señala que nunca vio a Trump reírse; un indicio,
sospecha Comey, de su “profunda inseguridad, su incapacidad para ser vulnerable
o arriesgarse a apreciar el humor de los demás, lo cual, pensándolo mejor, es
realmente triste en un líder y un poco alarmante en un presidente”.
Durante su testimonio ante
el Congreso en junio, Comey fue tan educado como un niño explorador (“Dios,
espero que haya grabaciones”, dijo sobre sus interacciones con Trump).
En el
libro, se mantiene algo vago cuando explica por qué decidió escribir memorandos
detallados después de cada uno de sus encuentros con el actual presidente
estadounidense (cosa que no hizo ni con Obama ni con Bush): menciona,
cauteloso, que tomó en cuenta “la naturaleza de la persona con la que estaba
interactuando”.
Aunque Comey es franco sobre
lo que piensa del presidente en otros momentos, al comparar la exigencia de
lealtad de Trump durante la cena con “la ceremonia de iniciación en la Cosa
Nostra de Sammy el Toro, con Trump en el papel del jefe de la familia, preguntándome
si tengo lo necesario para convertirme en un ‘iniciado’”.
A lo largo de su mandato en
los gobiernos de Bush y Obama (fue fiscal general adjunto con Bush y Obama lo
nombró director del FBI en 2013), Comey era conocido por su independencia
extrema y unilateral, y el comportamiento de Trump catalizó sus peores miedos:
que el presidente quería simbólicamente que los líderes de las agencias de
procuración de justicia y seguridad nacional se “acercaran a él y besaran el
anillo del gran hombre”.
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Donald Trump con
James Comey durante una recepción en la Casa Blanca pocos días después de la
toma de posesión del actual presidente estadounidense Credit Al Drago/The New
York Times
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Durante el testimonio de
Comey el año pasado, un senador observó que los recuentos, a menudo
contradictorios, que el presidente y el exdirector del FBI dieron en sus
interacciones en persona se resumían en:
“¿A quién deberíamos creerle?”.
Como
fiscal, respondió Comey, solía decirles a los miembros del jurado que trataban
de evaluar a un testigo que “no se puede elegir solo lo que les guste.
No
pueden decir: ‘Me gusta esto que dijo, pero en cuanto a esto otro, es un
verdadero y absoluto mentiroso’. Tienen que creerle todo”.
Al comparar los antecedentes
de los dos hombres, al igual que sus reputaciones –e incluso sus respectivos
libros– es difícil imaginar a dos polos más opuestos que a Trump y Comey.
Uno
es representante del caos con instintos autocráticos y resentimientos de lo que
considera un “Estado profundo” que ha realizado ataques contra las
instituciones enaltecidas por la Constitución estadounidense; el otro es un
burócrata hecho y derecho, apóstol del orden y del Estado de derecho, cuya
reputación como defensor de la Constitución quedó cimentada por su decisión en
2004 de correr hacia la habitación de hospital en la que estaba internado su
entonces jefe, el procurador general John Ashcroft, para prevenir que los
funcionarios de la Casa Blanca de Bush convencieran al hombre enfermo de volver
a autorizar un programa de vigilancia de la NSA que los oficiales del
Departamento de Justicia consideraban que violaba la ley.
En cuanto a su controvertida
divulgación del 28 de octubre de 2016 —once días antes de la elección— de que
el FBI estaba revisando más correos electrónicos de Clinton que quizá serían
pertinentes para su investigación anterior, Comey hace notar que dio por hecho
a partir de las encuestas que Clinton iba a ganar.
En su libro escribe que
muchas veces se ha preguntado si se dejó llevar por ese supuesto de una
victoria:
“Es totalmente posible que, debido a que estaba tomando decisiones en
un entorno en el que era seguro que Hillary Clinton fuera la próxima
presidenta, tuvo más peso mi preocupación sobre convertirla en una presidenta
ilegítima al ocultar la investigación del peso que habría tenido si la elección
hubiese estado más cerrada o si Donald Trump hubiese estado a la cabeza en
todas las encuestas. Pero no lo sé”.
Michiko Kakutani, excrítica
sénior para la sección de libros para The New York Times, es autora de un libro
de próxima publicación: “The Death of Truth: Notes on Falsehood in the Age of
Trump”. Su cuenta en Twitter es: @michikokakutani
*grifos nosso
post: Marcelo Ferla
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