¿Cómo
se viste una cubana con el desabastecimiento?
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(Crédito: Chip
Somodevilla/Getty Images)
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Nota del editor: Wendy
Guerra es una escritora, poeta y novelista de Cuba que vive en la isla.
Autora
de varios libros traducidos en diferentes idiomas.
Las opiniones expresadas en
este artículo son exclusivas del autor.
"Recuerdo
a mi madre reciclando las viejas ropas heredadas del capitalismo.
Los
forros de satén fueron la suerte de toda mi infancia pues con ellos se
confeccionaron batas, vestidos, blusas y hasta una rústica e incómoda ropa
interior"
Wendy
Guerra
(CNN Español) – Siempre me
he preguntado cómo hacían las grandes actrices cubanas para lucir hermosas en
los estrenos de sus filmes, en los festivales internacionales en los que
representaban a la isla o cuando salían a comprar algo al mercado y se les veía
pasear relucientes en medio de la profunda crisis.
¿Cómo se vestían mujeres
como Raquel Revuelta, Daisy Granados o cómo resistieron a la escasez modelos
como Norka Korda o Carla Paneka?
Desde que tengo uso de
razón, recuerdo a mi madre reciclando las viejas ropas heredadas del
capitalismo.
Los forros de satén fueron la suerte de toda mi infancia pues con
ellos se confeccionaron batas, vestidos, blusas y hasta una rústica e incómoda
ropa interior.
Las amigas que decidían
abandonar el país nos dejaban todo su ajuar y ahí empezaba la improvisación.
¿Era demasiado grande o pequeño para ajustar nuestros cuerpos?
¿Los zapatos nos
quedaban apretados?
Eso carecía de importancia porque entallar, remendar o
quitarle el talón al zapato en la zapatería del barrio, fue siempre para
nosotras parte de lo cotidiano.
Durante los años 60 y 70
hasta bien entrados los 90 funcionó en Cuba una libreta de racionamiento para
artículos de uso personal.
Con los cupones y grupos correctos: B-16, A-45 o tal
vez el C-19 se adquirían ciertos artículos venidos, generalmente, del llamado
Campo Socialista.
Si navegabas con suerte,
llegabas a la tienda a la hora indicada, hacías la cola y aún quedaba algo para
ti.
Podías hasta adquirir un ajustador (sostén) o un blúmer (pantys o bragas).
Pero ojo, había que elegir,
pues por aquellos cupones sólo te podías comprar una de estas piezas al año.
No
era tan importante que estuviera allí tu talla, lo importante era que existiera
el producto en la tienda.
Aunque actualmente mediante
la libreta de abastecimiento seguimos recibiendo arroz, algo de aceite, sal,
huevos, pescado, en raras ocasiones una pequeña ración de pollo y el pan
nuestro de cada día, del documento que raciona y distribuye los productos personales
nadie habla.
Entonces, si el
desabastecimiento sigue en pie, ¿cómo se viste una cubana?
La mujer cubana es muy
presumida.
Nuestros cuerpos, generalmente de curvas pronunciadas, senos
pequeños, torso menudo y mediana estatura, debería llevar alegres vestidos de
verano.
Ropa ajustada y muchos colorines que resalten el carácter fresco y
tropical de una vida accidentada que necesita afrontarse con comodidad.
A finales de los años 60, en
la ruta histórica que abarca la Crisis de los Misiles y Playa Girón, Celia
Sánchez intentó cambiar la imagen de la mujer cubana.
Quien hasta entonces
aparecía vestida de miliciana, ropa de trabajo o con vestidos adquiridos por
sus madres y abuelas en los ya desaparecidos comercios capitalistas.
En su
empeño, Celia reclutó a viejos y jóvenes diseñadores quienes, haciendo
malabares con las pocas reservas que quedaban en el país e importando productos
a través del CAME, innovaron, crearon y se volvieron magos para intentar sacar
al mercado una moda que estuviera acorde con el gusto de las cubanas en esta
crítica etapa social que atravesaba el país.
Se crea entonces el taller
experimental de la moda.
Con ello aparecieron en el mercado vestidos de hilo y
lienzo que no eran suficientes para la gran demanda, pero significaba un
verdadero alivio para quienes podían acceder a los diseños experimentales que
salían de aquel plan de confecciones.
Posteriormente CONTEX, La Maison o el
Fondo de Bienes Culturales comercializaron, exhibieron y distribuyeron piezas
dibujadas y creadas por conocidos diseñadores del patio.
En los años 80 aparecen los
artesanos en el mercado “Plaza de la Catedral”, con sus sandalias de cuero, las
amplias batas de gasa y las blusas de lienzo teñido.
Allí todos nos compramos
cintos de piel de tilapia, collares de carey y hebillas de hueso.
Enseguida se
incorporó a nuestro ropero el popular proyecto colectivo Telarte que trabajaba
los textiles con obras de los más distinguidos artistas visuales de la isla.
Miles de personas caminaban por las calles cubanas vistiendo camiseros con
motivos de Wifredo Lam o amplias faldas con los medio puntos de Amelia Peláez.
Eran tiempos de sacrificio
en los que lo que te ponías en el cuerpo no era tan importante como lo que
tenías en tu cabeza.
Las ideas, las relaciones humanas y los proyectos
colectivos llevaban tanto empeño y tantas horas de dedicación que, en verdad,
fuimos felices con muy poco.
Tras la caída del muro de
Berlín entramos el oscuro universo del Período Especial.
Fue ahí cuando el
talante del cubano se debilitó sin remedio.
Comenzamos a vestirnos con
lo que pudimos, ropa descolorida, estrujada y sudada.
Salir a la calle con poca
ropa en pleno verano parecía natural.
Nuestra obsesión fundamental era
encontrar con qué alimentarnos, la vestimenta pasó a un lejano tercer plano.
Las horas de electricidad
eran bien pocas, el detergente escaseaba y desaparecieron de golpe las pocas
ofertas que venían directamente de los países socialistas.
Si caminas por las calles
principales de las diferentes provincias verás cómo viste la mayoría de los
cubanos.
Las mujeres usan licras y topes a los que aquí, popularmente, le llaman
baja y chupa, los jeans de brillos y las camisetas con extraños motivos
garrapateados vienen directamente de los almacenes al por mayor de países como
Ecuador, Bolivia, Perú o Haití.
No existe ya un criterio o tendencia para el
vestir.
Las mujeres que reciben paquetes desde Miami no pueden seleccionar su
propio estilo.
Se visten con lo que alguien les elije del otro lado del mar o
con lo que pueden hallar en mercados improvisados y clandestinos instalados en
la sala de las casas.
O tal vez con las piezas que encuentran en tiendas de
reciclaje de ropa recibida como donación internacional y que en Cuba se vende
en moneda cubana (CUC).
Aunque siempre hay
excepciones.
Muchas cubanas seguimos intentando salirnos de la multitud.
De ese
modo de vestir colectivo que nos ha sido impuesto en medio las continuas
crisis.
Muchas sueñan con poder elegir y dejar atrás el tiempo en que otros
seleccionen lo que usamos.
¿Qué es el buen gusto?
¿Qué
significa un entalle, un color, un modo de mostrar nuestro cuerpo o nuestro
estado de ánimo?
¿Quién eres y a qué te dedicas?
¿Qué estudias o en qué
trabajas?
Nada de esto puede traslucirse ya a través del vestuario que lleva
una mujer cubana a las 6:00 p.m. en la puerta de un cine.
No se puede leer un
estrato o una conducta estética a través del vestuario en Cuba.
Nuestro devenir
histórico ha engendrado otros códigos, difíciles de ser leídos e interpretados
por quienes vienen a visitarnos o retratarnos desde el resto de occidente.
post: Marcelo Ferla
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