Los
siete pasos para hacer de tu hijo un experto emocional
El ser humano tiene que
tomar decisiones poniendo sobre la mesa tanto las emociones como sus
pensamientos, algo que, en ocasiones, señala caminos opuestos
RAFAEL GUERRERO
Etimológicamente hablando,
el concepto de emoción proviene del latín emovere que significa “movimiento
hacia”.
Por lo tanto, las emociones nos impulsan a realizar una acción.
Si
tuviéramos que hacer una breve clasificación de las emociones, las dividiríamos
en emociones de aproximación, estas son las que erróneamente se denominan
emociones positivas, y emociones de defensa.
Algunas de las emociones de
aproximación más frecuentes son la alegría y la curiosidad, mientras que dentro
de las emociones de defensa encontramos el miedo, la rabia y la tristeza.
Las emociones aparecen
evolutivamente con el surgimiento de los primeros mamíferos sobre la faz de la
tierra, es decir, hace unos 200 millones de años.
Hasta ese momento, los
animales se comportaban en uno u otro sentido en función de los instintos e
impulsos que experimentaban, ya que ni la emoción ni la razón se habían
desarrollado todavía.
Actualmente, el ser humano tiene que tomar decisiones
poniendo sobre la mesa tanto las emociones como sus pensamientos, algo que, en
ocasiones, señala caminos opuestos.
El objetivo de este artículo es mostrar los siete
pasos o fases por las que debemos pasar para que nuestros hijos y alumnos
aprendan a gestionar sus emociones con la ayuda de sus padres y, así se
conviertan en expertos emocionales.
Algo que nos debe quedar claro a todos es
que unos padres que no dominan sus propias emociones van a ser incapaces de
enseñar y acompañar a sus hijos en el largo y difícil camino de la sana gestión
emocional.
Pensad en el siguiente ejemplo sencillo: ¿seríais capaces de enseñar
a vuestros hijos japonés sin saber una sola palabra de este idioma?
Imposible,
¿verdad?
Con las emociones pasa lo mismo: debemos saber gestionarlas nosotros
para así poder enseñarles a ellos cómo hacerlo.
Una vez que hayáis transitado
con vuestros hijos por estas siete fases que os propongo, ya estaréis en
disposición de solicitar el título metafórico de Experto en Educación Emocional
con el cual a nuestros hijos les resultará más fácil y saludable transitar por
la vida.
Vamos a por ello.
1) En primer lugar, debemos
conocer las emociones básicas, lo cual implica saber cuáles son y sus funciones
básicas.
Para superar con creces este primer paso debemos conocer, como
mínimo, las siguientes emociones básicas y para qué sirven cada una de ellas:
miedo, rabia, tristeza, alegría, curiosidad, asco, amor y para niños un poco
más mayores, la vergüenza.
Por ejemplo, como padres debemos conocer la emoción
de rabia o ira y saber que cuando estamos enfadados tenemos ganas de pegar, insultar
o atacar, motivo por el cual se activa el tren superior del cuerpo.
En cambio,
cuando nos sentimos alegres tenemos ganas de acercarnos a nuestros seres
queridos y compartir con ellos nuestro bienestar.
2) Una vez que conocemos las
emociones básicas, debemos ser capaces de reconocer las emociones en nosotros
mismos y en los demás.
Veamos un ejemplo sencillo.
Si os pusiera fotos de las
siete maravillas del mundo, ¿seríais capaces de reconocer en esas fotos la
torre Eiffel?
Claro que sí.
Somos capaces de reconocer la famosa estructura de
hierro parisina porque la conocemos, es decir, sin conocimiento no hay
reconocimiento, motivo por el cual hay que pasar antes por la fase anterior.
Debemos conocer que cuando un niño experimenta la emoción de asco cierra la
boca, achina los ojos y arruga la cara para evitar que ese olor o sabor entre
por ningún canal sensorial.
Por este motivo, es importante que desde
que nuestros hijos son muy pequeños les ayudemos a ponerles una nombre a las
emociones que están experimentando en casa momento.
Juan, tienes ganas de pegar
a tu hermano porque sientes rabia o María te cuesta parar quieta porque estás
muy alegre por la celebración de tu cumpleaños.
Para que, como padres o
maestros, seamos capaces de hacer esto, debemos sintonizar con las emociones de
nuestros hijos, es decir, activar nuestro cerebro emocional con el suyo vía
WiFi.
Si realmente queremos ayudar
a nuestros hijos, debemos aceptar de manera incondicional las emociones que
sienten y permitirles que las expresen de un modo correcto
3) Legitimar las emociones
que nuestros hijos están experimentando.
Cuando hablamos de legitimar, nos
referimos a permitir y a atender la emoción que viven nuestros pequeños.
Faltaría más, ¿verdad?
Bueno, pues la experiencia nos demuestra que tanto los
padres como los educadores, como norma general, no solemos permitir en muchos
casos la expresión genuina de las emociones de nuestros hijos y alumnos.
Carlos, no entiendo cómo te da miedo ese perrito tan pequeño, Anda, levántate
del suelo que la caída no ha sido para tanto o ¿De verdad que no te gusta la
carne que te ha hecho la abuela con todo su cariño?
¿Os suenan estas frases?
En
todas ellas no hay una verdadera legitimación de sus emociones.
Esta fase no es
nada fácil de llevar a cabo.
¿El motivo?
Tendemos a interpretar las emociones
de nuestros hijos desde nuestro punto de vista, y lo que debemos hacer es ser
empáticos con ellos y aceptar sus emociones y sus ritmos.
Siguiendo con el
primer ejemplo que hemos puesto, ya le gustaría a Carlos no tener miedo a ese
perrito, pero el caso es que lo tiene.
Si realmente queremos ayudar a nuestros
hijos, debemos aceptar de manera incondicional las emociones que sienten y
permitirles que las expresen de un modo correcto.
En aquellos casos en que los
padres tienden a no hacer caso de las emociones y sensaciones de sus hijos,
tarde o temprano, esos niños dejarán de hacer caso a esas sensaciones y no las
comunicarán a nadie, lo que supondrá un problema futuro para ese niño.
4) Aprender a regular las emociones.
Las emociones surgen en una parte concreta del cerebro que se llama sistema
límbico.
No podemos hacer nada para que determinadas emociones surjan, ya que
son involuntarias, automáticas e inconscientes, pero lo que sí que podemos
hacer es gestionar o regular la conducta consecuente.
Veamos un ejemplo.
Si mi jefe me dice que el informe
que le he presentado no le ha gustado nada y que lo tengo que repetir, quiera o
no quiera, aparecerá la rabia en mí.
Aunque yo sienta rabia, eso no quiere
decir que conductualmente se la vaya a expresar.
Seguramente la rabia que sentí
me llevó a querer insultarle o pegarle, ¿os acordáis del “movimiento hacia”?
Pero dado que yo tengo una buena gestión de mis emociones soy capaz de
canalizar mi rabia y ponerme a hacer el informe sin rechistar.
Con esto no
estoy diciendo que siempre sea conveniente inhibir o no expresar las emociones,
pero a veces es adaptativo.
¿No os parece?
Pues bien, en esta fase debemos
tener diferentes estrategias para gestionar o canalizar las diferentes
emociones que experimentamos a lo largo del día.
Por ejemplo, para aprender a
gestionar correctamente la rabia poder practicar algún tipo de deporte, hacer
mindfulness o hablar con una amiga pueden ser excelentes soluciones.
5) Reflexionar sobre la
emoción que estamos sintiendo.
Resulta muy importante dedicarle un tiempo a
pensar sobre las emociones que estamos experimentando, así como sobre las
sensaciones, los pensamientos y las acciones consecuentes.
Decían los poetas
Quintero, León y Quiroga “Me lo dijeron mil veces pero nunca quise poner
atención”.
Es clave dedicar un tiempo, aunque sean unos pocos segundos, a
prestar atención a lo ocurrido y a nuestro interior.
Es verdad que cuando
nuestros hijos tienen pocos años, aún no tienen la capacidad de pensar
autónomamente, por lo que se hace imprescindible que reflexionemos con ellos
haciéndoles conscientes de todo lo que experimentan.
Cada una de estas variables se
suele asociar con un verbo concreto: sensaciones (notar), emociones (sentir),
pensamientos (pensar) y acciones (hacer). Veamos un ejemplo para entenderlo mejor.
Miguel está muy enfadado con unos niños que no le dejan jugar al fútbol.
En ese
momento, su padre se acerca a él con la idea de ayudarle a reflexionar sobre lo
ocurrido. Le puede decir algo parecido a esto: Miguel, esto que sientes se
llama rabia (emoción) y es completamente normal.
¿Has notado (sensaciones) como
tus brazos se ponían tensos y tu corazón latía más deprisa?
Seguramente has
pensado (pensamientos) que esos niños eran tontos por no dejarte jugar con
ellos y has tenido ganas de insultarles y pegarles (acciones).
Si pensamos ahora en los
niños, podemos encontrar muchos ejemplos en donde no actúan las emociones de
manera sana y adaptativa
6) Actuar las emociones de
manera adaptativa.
Como decíamos antes es importante que sepamos dar una
respuesta lo más adaptativa posible a nuestras emociones.
A veces la situación
en la que estamos nos permite expresar naturalmente la emoción, pero otras
veces no es beneficioso para nosotros.
Si vemos que hemos sido admitidos en un
curso pero a nuestra amiga le han denegado dicha solicitud, seguramente no sea
ni el lugar ni el momento de ponernos a dar botes de alegría.
Si pensamos ahora
en los niños, podemos encontrar muchos ejemplos en donde no actúan las
emociones de manera sana y adaptativa.
Por ejemplo, esto lo podemos ver en las
rabietas.
Cuando un pequeñín está en plena rabieta es porque no tiene otra
estrategia más efectiva de mostrar su rabia y de pedir las cosas.
Es por este
motivo que hay que enseñarles maneras más efectivas de gestionar sus emociones,
sobre todo las desagradables.
7) Establecer una historia
de lo ocurrido.
La última etapa por la que debemos transitar es la darle un
sentido o una explicación a lo ocurrido.
Todos conocemos el cuento de
Caperucita Roja.
Consiste en que les expliquemos a los niños lo que acaba de
ocurrir, cómo se sienten ahora y lo que pueden hacer en un futuro inmediato.
Es
como contar un cuento.
Veamos el caso de Julia, una niña de 5 años que está
durmiendo en su habitación cuando de repente... grita y se pone a llorar.
Ha
tenido una pesadilla y sus padres acuden rápidamente a su habitación.
Se
encuentra muy alterada y con mucho miedo por la pesadilla que ha tenido.
En ese
momento, sus padres tienen que hilar fino para relacionar las sensaciones,
emociones, pensamientos y acciones y devolver a Julia a un equilibrio.
Tienen
que darle una narrativa o un sentido a lo ocurrido.
Además de abrazarla, los
padres de Julia le dicen algo parecido a lo siguiente: “Julia, cariño, has
tenido una pesadilla muy fea. Por eso has gritado cuando has sentido miedo.
Es
normal que ahora estés asustada, pero ya estamos nosotros aquí contigo; mamá y
papá también sienten miedo cuando tienen sueños desagradables.
¿Te parece que
nos tranquilicemos un poco y volvamos a intentar dormir?
Con una explicación
tan sencilla como esta sería más que suficiente.
Aun así, estoy seguro de que pasaréis con nota cada uno de estos
pasos y os convertiréis en excelentes gestores de vuestras emociones y, lo que
es más importante, ayudaréis a vuestros hijos a poder afrontar de mejor manera
las dificultades del día a día.
Ánimo, y a por ello.
Rafael Guerrero Tomás
es psicólogo y Doctor en Educación.
Director de Darwin Psicólogos.
Profesor de
la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Experto
en Psicoterapia breve con niños y adolescentes.
Miembro de la Sociedad Española
de Medicina Psicosomática y Psicoterapia.
post: Marcelo Ferla
Nenhum comentário:
Postar um comentário
Deixe sua opinião.